Islandia y lo lejos que nos queda, con sus brumas heladas y sus fjordos donde se hablan dialectos de hielo. Islandia tan próxima del polo, purificada por las noches en que amamantan las ballenas. Islandia dibujada en mi cuaderno, la ilusión y la pena (o viceversa). ¿Habrá algo más fatal que este deseo de irme a Islandia y recitar sus sagas, de recorrer sus nieblas? Es este sol de mi país que tanto quema el que me hace soñar con sus inviernos. Esta contradicción ecuatorial de buscar una nieve que preserve en el fondo su calor, que no borre las hojas de los cedros. Nunca iré a Islandia. Está muy lejos. A muchos grados bajo cero. Voy a plegar el mapa para acercarla. Voy a cubrir sus fjordos con bosques de palmeras. Eugenio Montejo